lunes, 17 de junio de 2013

Capitalismo y género


Porque cosificar el género es también una paliza. Mediante el trato a las mujeres como objetos de exhibición y satisfacción, a todas se nos hacen moretones en los ojos y en los brazos, nos sangra la nariz y nos atraviesa un puñal por todo el cuerpo, mientras se nos prende fuego la ropa, pegada a la piel, y nos volvemos esclavas sexuales.
Hace algunas noches, en esa franja horaria en la cual la televisión de aire que llega al interior del país muestra siempre lo mismo, un instante me bastó para comprender muchas de las cosas que nos esclavizan como género. La “diva argentina”, mediocre hasta la médula pero con asumida coherencia entre lo que piensa y dice, Susana Giménez, le preguntaba a una invitada —que desconozco— si “ella le había hecho algo para que su marido le pegue”. Aguardé unos segundos con la mirada pegada a la pantalla esperando una respuesta con contenido, algo que dejara expuesto el machismo global que en ese preciso momento afloraba desde la conductora de uno de los programas con mayor cantidad de televidentes en nuestro país. La víctima sonrío con complicidad, ambas rieron y pasaron a otro tema, al tiempo que yo dejaba de lado el televisor, decepcionada e indignada.

Los tiempos cambiaron, dicen algunas y algunos, y eso es cierto. La violencia sexista ya no se queda puertas adentro de la casa, silenciada y oprimiendo a las mujeres en la cocina y en la cama. Ahora trasciende esa barrera y, si bien son muchas las que por ciertos avances se animan a denunciar y a condenar a sus victimarios, se instala en los medios de comunicación.

Porque cosificar el género es también una paliza. Mediante el trato a las mujeres como objetos de exhibición y satisfacción, a todas se nos hacen moretones en los ojos y en los brazos, nos sangra la nariz y nos atraviesa un puñal por todo el cuerpo, mientras se nos prende fuego la ropa, pegada a la piel, y nos volvemos esclavas sexuales.

La principal causa de muertes en nuestro género a partir de los quince años de edad, a nivel mundial, no es el cáncer: son los femicidios. Y las campañas a favor de los mismos se gestan en un mensaje subjetivo de misoginia que va filtrándose en las consciencias de las y los televidentes, entre otros.

Así, cada vez que vemos a determinadas mujeres —que, además, se prestan a ello porque ya tienen instalada en su cerebro la idea de que no son más que eso— expuestas como mercancías, estamos aceptando que todas somos un artefacto de placer sensorial. De la misma manera sucede con los medios de comunicación “serios” en los cuales se abordan las temáticas de género con una superficialidad que da pena, sumada a la poca importancia con la cual se las trata. Y mejor no hablar del resto de los programas de entretenimiento, como el mencionado al inicio, donde directamente hacen explícita su postura pro violencia machista.

Las publicidades, fundamentalmente, se ocupan de la parte de cosificar fuera de lo que apunta al placer sexual, quizá por ello con un menor grado de culpa, pero con igual impacto para quienes las consumen. La mujer que siempre aparece como el ama de casa que está limpiando y descubriendo un nuevo producto de limpieza, cocinando y descubriendo nuevos condimentos, criando bebés y descubriendo las ventajas de nuevos pañales, etcétera. Un objeto de reproducción y de crianza, con exclusividad, al cual se le adiciona el servicio de belleza —extraída de los parámetros establecidos por los mismos medios— las veinticuatro horas del día. Aquí puede sumarse la negativa al aborto por parte de los grupos a los cuales les conviene que sigamos siendo fábricas de personas.

Ante todo esto, las mujeres somos uno de los blancos más fáciles del sistema capitalista. Somos consumidoras y somos consumibles, según las premisas de los estudios de mercado. Si por fuera de lo que implica la publicidad de un producto o servicio los medios arman, sostienen, defienden y magnifican cierto prototipo de mujer, ese es el válido y el que estandariza todo lo demás. La mujer influenciada por los estereotipos de belleza externos, busca comprar todas las cremas, cosméticos y prendas que le prometen que lucirá como una de las muñecas de exposición de Tinelli. Por otra parte, ella es la tentación para que el hombre consuma otro tipo de productos, desde los que lo embellecerán para conquistarla hasta aquellos que le prometen que funcionarán como anzuelo para obtenerlas—como autos, perfumes, maquinitas de afeitar—. 

Esto último como condimento mucho más dramático aún, ya que trabaja sobre la premisa de que mientras más lujos posea un caballero, más posibilidades tendrá de “obtener” una dama (o lo que vulgarmente se conoce como “billetera mata galán”). Es decir que, para ese segmento, las mujeres se consiguen con dinero, somos comprables, el afrodisíaco es lo material y, mientras más costoso es, más efectivo resulta.

 Esto necesariamente lleva a la idea de pago por compañía o, con mayor frialdad, prostitución. La prostitución como ejercicio que priva de la libertad a las mujeres —esto es, la trata de persona y las inmensas redes que se mueven a nivel mundial para satisfacción del género opuesto— se ve beneficiada por todos estos conceptos. Muchas chicas siguen desapareciendo como si un ovni las hubiera raptado, pero con el único fin de alimentar el mercado de consumo de vidas.

Finalmente, con escasa ropa, las esposas puestas —pero flojas, para que después podamos limpiar— y el útero bien predispuesto, podemos ocupar un buen lugar en una sociedad que saca a relucir términos peyorativos cada vez que queremos defendernos de estos incesables ataques sexistas. No vaya a ser cosa que estropeemos el mercado entrometiéndonos en campañas de marketing que no nos competen, aunque sean también de nuestro género quienes las diseñan.


Fuente:Soledad Arrieta