lunes, 3 de junio de 2013

Los alimentos como instrumento de negocio. ¿Es posible otro modelo de consumo?


Entrevista a Esther Vivas, investigadora en políticas agrícolas y alimentarias. "El capitalismo impone una sociedad de consumo. Se producen mercancías a partir de la creación de necesidades artificiales, que antes no teníamos, y vía la obsolescencia programada, diseñando los productos para que se estropeen al cabo de un tiempo y tengas que comprar de nuevos".
¿Es posible otro modelo de consumo?
El modelo actual se basa en el consumo de alimentos kilométricos y con un impacto medioambiental muy negativo. Prescinde del saber campesino y cada vez comemos alimentos más similares, que, además, nos enferman. El conjunto de estos factores hace que debamos plantearnos una alternativa alimentaria totalmente antagónica a la que hoy existe y que se base en los principios de la soberanía alimentaria.
¿En qué consiste?
En devolver la capacidad de decidir sobre qué comemos a las personas, que los campesinos tengan tierra para trabajar, y que en las políticas agrícolas y alimentarias se antepongan las necesidades de la gente a los intereses de la industria agroalimentaria. En lo concreto: apostar por una alimentación de proximidad, local, campesina, ecológica, de temporada.
Habla de alimentación kilométrica, ¿es lógico tener manzanas de Sudáfrica y que las de aquí tengan que exportarse o incluso en ocasiones pudrirse en los árboles porque no salen los números para recogerlas?
No. Es un ejemplo más de que este sistema no funciona. Y que sólo responde a los intereses de la agroindustria, que deslocaliza la producción para ganar más dinero explotando las precarias condiciones de los campesinos en el Sur. Además, la crisis energética tendrá un impacto directo en la forma de alimentarnos. La propia crisis económica y energética nos está indicando que es necesario un cambio radical de modelo.
¿Qué parte de culpa tiene el consumidor?
A menudo nos intentan culpabilizar como consumidores. Y, evidentemente, es necesario replantearnos nuestras prácticas en el consumo. Pero hay una responsabilidad política en dicho modelo. El capitalismo impone una sociedad de consumo. Se producen mercancías a partir de la creación de necesidades artificiales, que antes no teníamos, y vía la obsolescencia programada, diseñando los productos para que se estropeen al cabo de un tiempo y tengas que comprar nuevos.
¿Los escándalos alimentarios que se han producido en los últimos años ayudarán a que la población tome consciencia de lo que come?
Casos como el de las vacas locas, la gripe aviar o la carne de caballo ponen encima de la mesa que no tenemos ni idea de qué comemos. En consecuencia, en los últimos años, ha aumentado la demanda de productos ecológicos y la participación en grupos y cooperativas de consumo. Pero son necesarios, también, cambios políticos.
¿Como por ejemplo?
Es imprescindible que se prohíban los transgénicos. En Catalunya y Aragón se cultiva maíz transgénico prohibido en la mayoría de países europeos. Los transgénicos acaban contaminando otros campos y es necesario hacer prevalecer el principio de precaución. Asimismo, es fundamental una reforma agraria y un banco público de tierras que acabe con la especulación y haga accesible la tierra a quienes quieren vivir dignamente del campo.
Dibuja un escenario muy oscuro.
El sistema agrícola y alimentario está en la UVI. El modelo actual no funciona y tiene un impacto y unas consecuencias sociales y ambientales muy negativas. Está acabando con el campesinado, genera hambre en un mundo de la abundancia de comida. Se tiran diariamente toneladas de comida, mientras hay millones de personas que pasan hambre. Los alimentos se han convertido en una mercancía, en un instrumento de negocio. Un negocio en el que los intermediarios se llevan los beneficios a costa del productor.
Las subvenciones agrícolas benefician a los grandes terratenientes y empresas de la agroindustria, dejando al pequeño y mediano productor prácticamente al margen. La diferencia entre el precio en origen y en destino es de un 400% de media y son los intermediarios y los supermercados quienes se llevan el beneficio. 
Sin embargo, cada vez más personas toman conciencia y cambian sus hábitos de consumo. Existen experiencias a escala local, como grupos de consumo, redes de intercambio, huertos urbanos, mercados campesinos..., que han ido en aumento y que nos demuestran que son posibles otras prácticas. Hay alternativas.
¿Y ve indicios de voluntad política?
La mayor parte de la clase política tiene vínculos estrechos con el poder económico. Es fundamental, pues, desenmascarar esta connivencia y exigir democracia real. Tomar conciencia, movilizarnos, desobedecer y cambiar el sistema.
*Entrevista publicada en Diari de Tarragona, 26/05/2013.

via: http://bit.ly/11hsIup